Archivos Mensuales: septiembre 2020

Nueva etapa

Esto no es un hasta luego. Ni siquiera un adiós.

Se abren etapas, se cierran otras.

Ha cerrado pocos temas por miedo, por el por si acaso, por el…quien sabe.

Me siento orgulloso de ser capaz de cerrar este maravilloso inicio. Sé que el siguiente paso es necesario.

Empiezo de nuevo. De otro modo, con el foco, con ideas.

El que me quiera encontrar, sabrá el modo.

Os quiero.

Lava

Hijos de la misma lava. Un pequeño trozo de tierra fundida y pegada por un chispazo que surgió.

Hijos del cielo que nos alumbra, de las miles y miles de generaciones que allanaron los caminos y fueron mutiladas, violadas y asesinadas.

Paciencia de la vida para llegar hasta aquí. Paciencia que seguirá.

Hijos de la muerte, de la supervivencia.

Hijos de aquella célula que se agarró a la vida entre todas las demás.

Hijos de madres que murieron al dar a luz, de padres que no volvieron. De guerras, epidemias, extinciones, glaciaciones, erupciones o inundaciones.

Hijos de los que se adaptaron. De los que lloraron, de los que estuvieron allí y no más tarde. De los que boquearon buscando encontrar la última molécula de oxígeno que respirar. De los que entendieron que esto era una carrera con inicio y meta. De los que combinaron ser y estar en este cosmos.

Hijos de las estrellas. De luceros que entregaron y entregan su luz en su decadencia.

Hijos que beben de sus mayores. Que entienden que en la vejez el café es más corto pero más intenso. Que absorben los segundos de los que se van. Que sonríen con la pérdida, con el llanto.

Hijos de los animales, de las plantas. De todo ser minúsculo que se sacrifica y se alegra por ser parte de un todo.

Hijos de los ríos, del mar, del cielo. Inquilinos que nos añoran, hogares pasados. En sus ojos vemos las profundidades de los abismos y percibimos el vértigo de los cañones.

Hijos de nosotros mismos. Orgullosos de ser uno, entregados a la corriente del río, a algo mayor que nosotros.

Condenados a entender que este don que es la inteligencia no está al servicio de ella misma sino al servicio del todo.

Esos hijos, nosotros, debemos continuar el show.

Cartas a un niño interior

Me pirra curiosar el ruido de la vida que ocurre a mi alrededor. A veces por plagiar, a veces por criticar, a veces sencillamente por vivir los abrazos y miradas prestadas y desgastadas de otros.

Soy un mirón, un eterno insatisfecho, un pretencioso renacuajo, un cliente descontento con su contrato con la vida, un jugador que se queja de sus malas cartas.

¿Qué es lo que me hace feliz?

No me imagino a nadie haciéndome esa pregunta ni yo a mí mismo replicando. Enseñaría mi mirada perdida, aceleraría mis palabras y mis dedos se chocarían nerviosos, en un ademán de evitar lo que siempre desee y nunca ocurrió, de capitular en lo que se fuga a ratos entre mis líneas y sus párrafos.

Evitar ser el centro de atención, capitular mi disfraz de intelectual autosuficiente.

Estoy ansioso por darle forma a las emociones que se me amontonan y a las cuales les intento dar forma de frase con su sujeto y su predicado. Nunca fui bueno en identificar lo que hierve en mis entrañas para avisarme de por favor darle importancia.

Hablo de emociones.

Hablo de todo aquello que va en contra de ellas: tener, conseguir, poseer, dominar, calcular, culpar, castigar, sacrificar. Lo y te. Todas las combinaciones posibles.

Hablo de todo aquello que genera suavidad, caricia, calor, aire entre yo y mí mismo: permitir, aceptar, tolerar. Las. Todas.

Intento susurrar dudosamente acerca de aquello que me hace feliz. Lo cual me funciona cuando me hablo, cuando me gritas, cuando te susurro, pequeño ser frágil que habita en mi interior. Mi niño interior.

Intentémoslo.

El barro es para los domingos y para entre semana. Vuelve con la ropa hecha jirones, mojada por la lluvia cayendo sobre ti. Con los calzoncillos empapados por el río en que te metiste. Menudo viaje, menuda novedad, menudo golpe en el gemelo. Atrévete a esa sensación de libertad donde el mayor mal es una buena lavadora. Donde el mejor recuerdo son las agujetas y el sueño profundo y delicado. Vete hacia lo salvaje.

Marca con tu olor allá por donde vayas, explora los lugares donde asentar tu territorio, permite que sean tuyos, y de nadie más. Que los demás se ganen su sitio, su campamento base. No vivas de sueños ni de lugares de terceros. Es tu ciénaga y la amas por la belleza que genera en ti.  

Pierde el tiempo estudiando de nuevo todas las razas de perro que ya conoces de memoria. Por el simple placer de conocerlos, de amar lo que descubres, y de descubrir lo que amas. Hace ya mucho que perdiste esa práctica, recupérala.

Llora mientras reverencias una canción que supura pus. Llora mientras una melodía te lleva a tus momentos más amargos. Llora sin razón, sin sentido, cuando tres notas de piano erizan tu piel y te llevan a un estado de meditación cercano a un agujero de gusano.

Ríe cuando sientas la vergüenza corriendo por tus venas acerca de lo que pasó. Cuando el estribillo de una canción se pegue a tu ser y bailes desnudo de mente y de cuerpo. Cuando veas que no eres más que un moco siempre importante para un buen catarro.

Aúlla cuando descubras tu lado salvaje, vengativo, manipulador, prohibido y censurado. Conoce el poder del daño que puedes generar. Cuando lo veas, retírate, lámete, abrázate, y acéptalo. Y ríete, y llora. Pero por Dios no lo hundas y encierres en la prisión más oscura de tus siete reinos.

Vuelve de nuevo el cuello hacia las estrellas. Son el pasado, son el futuro. Y perdurarán. Y a través de ellas te perpetúas, en ese estado de pausa que consigues al mirarlas.

Sigue soñando. Y luego para de soñar. Por último, transfórmalo, haz de la realidad un sueño. Y que el ritmo no pare. Que tus sueños sean tan grandes como tus posibilidades. Tu imaginación es tu maná.

No sueñes lo de otros, coge lo tuyo de siempre. Trabajaste en tus sueños en la carrera espacial, en plataformas petrolíferas, o en una central hidroeléctrica. Te entregaste a hacer felices a niños con tristeza, a escribir y poder transmitir algo. Te viste como un ser importante para ti mismo, que se perdonaba, que te perdonaba.

Sé auténtico. Te lo dije más arriba. No vivas de prestado por menospreciar lo que te nace. No copies, no emules. Ni al bueno, ni al malo. Ni al feo ni al guapo. Ni al héroe, ni al exterminador.

Eres intenso, eres una espiral, un

Suspende algo, sé rebelde. Las personas buenas están muertas en vida. No hay explosión en ser bueno sino contención y predictibilidad. Explora ese lado maléfico que siempre tuviste y gracias al cual tienes que agradecer parte de tu vida. Indaga en sus rincones clasificados, acaricia la piel sensual que cubre ese cuerpo prohibido.

Sé auténtico, jodidamente real. Estás tan poco acostumbrado a destaparte, que cuando sale es un huracán. Una fuerza de la naturaleza intensa que tiene que ser consciente de su capacidad y de su responsabilidad, que por más que sujete, no dejará de existir. Acepta que todo huracán empezó en una pequeña brisa, y obsérvate en todas tus fases.

Sé instantáneamente directo. No mañana, no pasado. No cuando sea necesario. Cuando lo veas, cuando lo sientas. Olvida los rodeos. El agua no pide permiso por golpear la roca en un temporal. Lo hace y punto.

Acepta cada una de tus ilimitadas peculiaridades. Siempre ansiaras otras cosas, porque eres un pequeño bastardo malcriado, pero te verás cada vez más retratado si sales a escena.

Nunca hiciste mal a nadie. Nunca fuiste el culpable de todo aquello, porque en todo aquello no estuviste sólo. Fue una guerra civil donde los prisioneros fueron retenidos, torturados y juzgados. Fue un estado de sitio, de alarma. Fue una cárcel con barrotes de espinos pintado de oro. Practica el perdón con alegría, quitando carga, quitando importancia. El tiempo se esfuma entre cámaras de castigo que a nadie le importan.

Abandona el menospreciar al otro. El considerarlo incapaz de soportarlo, de soportarte. El otro ya tiene bastante con lo suyo, con su propia película. No te hagas responsable de su hipoteca.

Y si alguna vez te planteas lo que está bien y lo que está mal, esa disquisición no tiene valor. Actúa con lo que te traiga la paz interior, lo que te genere equilibrio, y todo lo demás vendrá sólo.

Desapégate. Apégate a ti mismo. Hazte el amor a ti mismo. Con eso ya te bastaría.

Ponte de piloto de tu vuelo, y trátate como un pasajero de primera clase. No permitas que las turbulencias arruinen tu viaje, ni las rodees. Sólo aprovéchalas para descubrir nuevas rutas.

Cumplir cada una de estas cosas, vivirlas y honrarlas. Eso sí que es felicidad.